Este 26 de febrero se cumplieron cien años del nacimiento del reconocido empresario argentino Enrique Shaw, fundador de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE), apasionado de la “Doctrina social de la Iglesia” y fuerte impulsor de la responsabilidad social empresaria, en tiempos donde todavía ni se hablaba de este término.
Su pensamiento y obra fue tan de avanzada, que fue el primer empresario que en nuestro país comenzó a hablar de lo que hoy conocemos como el cuarto impacto empresario, en sintonía con la visión del rol transformador de las empresas que promovía.
Hoy se ha vuelto cada vez más usual hablar de una categoría de empresas de triple impacto, que se preocupan, no solo de la rentabilidad económica del negocio, sino también por generar impactos positivos en el ambiente y la sociedad que las rodea, atendiendo, no sólo a las necesidades de los dueños o accionistas, sino también a la de toda su cadena de valor y sus diversos actores interesados.
Pero, en los últimos años, un grupo de empresas cada vez más grande, ha comenzado a hablar también de un cuarto impacto empresario, vinculado a cómo pueden afectar positivamente las compañías en la vida personal de cada una de las personas que la integran.
Así, la empresa es considerada también como un importante instrumento para la promoción del desarrollo y la ascensión humana.
Y este cuarto impacto, puede llegar a ser tan o más importante que los demás, en estos tiempos de crisis pandémica, donde gran parte de la población atraviesa momentos de angustia por el presente e incertidumbre por el futuro.
Para Enrique Shaw, la misión del dirigente de empresa está vinculada al cumplimiento de tres deberes: el de servicio, de progreso y de ascensión humana. Para él, la empresa era una comunidad de vida, un instrumento de dignificación de la persona, y el propósito empresario no podía circunscribirse a la maximización del beneficio, que es un medio, sino a alcanzar los máximos impactos positivos en las dimensiones económica, social y humana.
A inicios de la década del ‘60, en un contexto crítico de la economía argentina, como Director General de Cristalerías Rigolleau, empresa de origen familiar que en ese entonces estaba controlada por un grupo inversor norteamericano, voló, enfermo de cáncer, más de 8000 kilómetros, para defender las fuentes de trabajo de la empresa, ante la orden de sus socios de despedir a 1200 obreros. Con sólidos argumentos humanos y económicos, e incluso hasta amenazando con su propia renuncia antes de despedir a un solo trabajador, convenció a los accionistas de no producir despidos, y, muy pronto la reactivación económica del país y la fábrica, ratificó lo acertado de su decisión. Para Enrique Shaw la desocupación era “un mal moral, antes que un mal económico”. Fue, hace más de sesenta años, un pionero de la Responsabilidad Social Empresaria que tanto se reclama y declama en estos tiempos de pandemia y hasta el Papa Francisco lo ha citado como ejemplo en múltiples oportunidades. Puede llegar a ser también, el primer empresario santo del mundo, ya que su causa está avanzando en estos momentos en el Vaticano.
Julián D’Angelo – Director CAAES